El rey Kojong, gobernante número 26 de la dinastía Yi, anhelaba modernizar su país y Seúl fue el centro neurálgico de su idea de modernización. Reconoció la necesidad de adaptarse a los nuevos cambios socioeconómicos que se producían en la región a finales del siglo XIX, así como a la apertura de puertos de influencia occidental. Deseaba superar al mundo exterior y las turbulencias internas, de ahí su deseo de modernizar su país siguiendo la consigna «Eastern ways – Western machines”. Este lema aludía indudablemente a Confucio, pues fue su dinastía la más confuciana de todas. Sin embargo, pronto se vería revocado a rechazar su base confuciana y a verse sometido al poder nipón tan poderoso en esta época.
Actualmente, Seúl se considera la segunda área urbana más grande del mundo, después de Tokio, donde pasaron de 300.000 ciudadanos en 1950 a más de 11 millones en 1995, y a 25 millones en 2009. Sin embargo, el desplazamiento masivo a las ciudades no finalizaría hasta la década de 1950, coincidiendo con la Guerra de Corea (1950-1953). La urbanización expansionista es un proceso común en todos los países en vías de desarrollo y acontece cuando la urbanización crece a mayor ritmo que sus propios servicios básicos. Asimismo, Corea experimentó un receso económico en su desarrollo a causa del sometimiento japonés (1910-1945) y de la posterior Guerra Civil enmarcada en la Guerra Fría, donde combatían el bloque comunista y el capitalista. De ese modo, se vio afectada esta urbanización en la década de 1940, donde tan sólo el 10% de la población vivía en núcleos urbanos. La interacción entre los sectores rurales y urbano-industriales no se desarrollaba por decisión nipona.
Sin embargo, gracias a la ayuda norteamericana en la Guerra de Corea, si bien fue velando por su propio interés para derrotar al bloque comunista del Vietcom, consiguió instaurar la paz en Corea del Sur. La inestimable ayuda de los Estados Unidos supuso que Corea del Sur se ganara el sobrenombre de “país adicto a las ayudas” gracias al alto volumen de inversiones y apoyo económico brindados por dicho país a cambio del aprovechamiento de sus recursos naturales. Esta situación de “agradecimiento” hacia el pueblo estadounidense aún se palpa en el corazón de los surcoreanos, hasta el punto de desencadenarse ciertos problemas como los vividos recientemente que tienen raíz en esa época, donde los diputados de la oposición lanzaron bombas lacrimógenas para protestar por la aprobación de una cláusula que beneficia a las empresas estadounidenses frente al Gobierno surcoreano, sin consultar al pueblo. Sin embargo, Corea del Sur y su capital, Seúl, no estaban preparadas para acoger tal afluencia de inmigrantes, más de cuatro millones, que retornaban a Corea procedentes del exterior y del norte tras la firma del armisticio en 1953.
Resulta evidente que la urbanización de esta megápolis no fue un proceso lineal iniciado por la industrialización, sino un resultado impulsado por circunstancias externas. Cuando Corea del Sur comenzó a gestionar su propio desarrollo, sobre todo cuando el presidente Park Chung Hee llamó a la movilización nacional hacia la modernización, Corea experimentó un notorio despegue económico. Este éxito surcoreano se cimentó en un fuerte nacionalismo y en la evidente frustración de los inversores extranjeros. No obstante, el desarrollo urbano en el sentido actual de principio de oferta y demanda hubo que esperar hasta la década de 1960 cuando la familia Park implementó unos programas de desarrollo económico. Con la expansión de la economía las ciudades también se vieron impulsadas, especialmente en la provincia seulita. La Infraestructura, la vivienda y las inversiones comerciales y educativas convirtieron Seúl en una megametrópoli, absorbiendo hasta el 46% de la urbanización.
En 1970, Park puso en marcha el Movimiento de la Nueva Comunidad, cuyo objetivo principal era aumentar el bienestar rural e igualarlo a los estándares urbanos, debido al decreciente atractivo de los medios rurales, pero ya nada volvería a ser como antes. Los factores de la urbanización son bien conocidos, pero el reto subyace en identificar la velocidad de la migración del campo, a la ciudades. Corea del Sur era consciente de las dificultades de continuar con su centralización en torno a Seúl, de ahí que incluso el ex presidente surcoreano Roh Moo-Hyun (2003-2008) se planteara la posibilidad de trasladar la capital, Seúl, situada en la zona noroeste del país a 50 kilómetros de la zona desmilitarizada que separa ambas Coreas, a la parte central de la península ya que el poder político y económico se afincaba exclusivamente allí.
La urbanización en Corea del Sur no se ha limitado a generar crecimiento económico y de infraestructura, sino también ha sido un agente de cambios sociales. Tal y como el profesor Uichol Kim argumenta: «Con el éxito de la modernización han vuelto a emerger los elementos más tradicionales, especialmente en la cultura organizacional«. Seúl es un aparato altamente centralizado que atrae a inversores mundiales y está asociado a las universidades más prestigiosas y de mayor renombre en el mundo pero conserva su espíritu más tradicional. Sin embargo, esta concentración no sólo conlleva problemas, sino que también permite entender qué rumbo está tomando el país o presentarnos cómo se pueden transformar los valores de una nación a causa de la urbanización masiva.
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